Fuente: Icarito

Manuel Rodríguez Erdoyza: El mítico guerrillero

Rodríguez se encontraba en Santiago cuando a la capital llegó la noticia del Desastre de Cancha Rayada (1818). Alentó a todo el mundo con el grito de "¡Aún tenemos patria, ciudadanos!" y organizó un nuevo escuadrón militar, los Húsares de la Muerte. Durante 48 horas ejerció como interino, y por designación popular, el cargo de Director Supremo, gesto que se consideró peligroso para el gobernante titular.

Nació en Santiago el 25 de febrero de 1785 y murió asesinado en 1818. Sus padres fueron María Loreto de Erdoyza y Aguirre, peruana, y Carlos Rodríguez de Herrera, español.

Realizó sus primeros estudios en el Colegio de San Carlos, donde de inmediato se destacó por su carácter vivaz e inquieto y por sus aptitudes intelectuales. El rector de aquel establecimiento relataba que "era filósofo y en cada función literaria que sostenía, así como en las conferencias privadas del colegio... fue siempre consiguiente su acierto, lo que confirmaba muy bien la juiciosidad, aplicación y celo con que se manejó en las obligaciones particulares a su instituto..." .

Siguió estudios superiores en la Real Universidad de San Felipe, recibiendo su doctorado en Leyes en 1804, el mismo año en que fue recibido como abogado por la Real Audiencia.

En 1810, empezó a manifestar sus simpatías hacia la causa revolucionaria en la cual desde 1811 coincidiría con su compañero de colegio, José Miguel Carrera. En mayo de ese año, Rodríguez fue nombrado procurador del Cabildo de Santiago, cargo que desempeñaría por breve tiempo: el golpe de Estado de noviembre lo llevó a la diputación por Santiago ante el Congreso y a los pocos días fue nombrado secretario de Estado en la cartera de Guerra.

Papel crucial

En 1813, fue nombrado secretario particular por su amigo José Miguel Carrera. Una sombra de duda se posó sobre esta amistad en enero de ese mismo año, cuando Rodríguez fue acusado de participar en una conjura contra el caudillo militar, pero en 1814 volvió a ocupar igual cargo.

Tras la Batalla de Rancagua, debió emigrar a Mendoza, desde donde inició una serie de actividades de espionaje y correrías que lo transformarían en uno de los personajes míticos de nuestra historia.

En un plano objetivo, las funciones que Rodríguez desarrolló en Chile consistían fundamentalmente en el traspaso de información acerca del estado de las tropas realistas. Asimismo, su misión era realizar acciones de distracción que indicaran que el grueso del Ejército de Los Andes cruzaría la cordillera por el paso del Planchón, provocando así una desconcentración de aquellas tropas, que en su mayoría se encontraban acuarteladas en la Zona Central.

Audaz protagonista

Muchas son las peripecias que la sabiduría popular ha convertido en verdaderas leyendas que lo tienen como protagonista. Se cuenta que, perseguido por tropas realistas, se refugió en el convento de Apoquindo de los frailes dominicos, y que disfrazado de monje, condujo a sus perseguidores por todas las dependencias del recinto.

También, se sostiene que en una oportunidad, fingiendo ser un pordiosero, llegó a abrir la puerta del carruaje que conducía al Gobernador Marcó del Pont, quien en agradecimiento por aquel gesto habría llegado a darle una propina.

En otro hecho, encontrándose en una zona rural, habría simulado ser un campesino castigado en el cepo por su embriaguez para despistar a quienes lo perseguían.

En enero de 1817, estando ya próximo el arribo del ejército comandado por San Martín, asaltó el poblado de Melipilla y luego se dirigió a repetir esta operación en San Fernando.

Un problema para O'Higgins

Todos estos hechos lo fueron transformando en una suerte de héroe popular que, dados sus antecedentes carrerinos, podría llegar a ser un elemento difícil de manejar para el nuevo gobierno encabezado por Bernardo O"Higgins. Según algunos autores, por esta razón se le ofreció una misión diplomática en Estados Unidos, pero la rechazó, uniéndose entonces al ejército con el grado de teniente coronel.

Rodríguez siempre tuvo un carácter apasionado y esto le acarreó algunos problemas. En 1817, ocupó San Fernando y cambió a las autoridades locales, hecho que no fue aceptado por el gobierno. Hilarión de la Quintana, Director Supremo interino en ausencia de O'Higgins, ordenó su detención acusándolo de prepararar una conspiración en favor de José Miguel Carrera. Tras algunos meses en prisión, fue liberado por orden del general San Martín, quien lo nombró auditor de guerra del Ejército.

"¡Aún tenemos patria, ciudadanos!"

Rodríguez se encontraba en Santiago cuando a la capital llegó la noticia del Desastre de Cancha Rayada (1818). Alentó a todo el mundo con el grito de "¡Aún tenemos patria, ciudadanos!" y organizó un nuevo escuadrón militar, los Húsares de la Muerte. Durante 48 horas ejerció como interino, y por designación popular, el cargo de Director Supremo, gesto que se consideró peligroso para el gobernante titular.

Una vez que retornó la tranquilidad tras la Batalla de Maipú (5 de abril de 1818), se ordenó la disolución de los Húsares de la Muerte y Rodríguez fue detenido en el cuartel de San Pablo, de donde fue sacado el 25 de mayo de 1818. Se dijo que era para ser trasladado a Valparaíso y que allí se formalizaría su deportación. Sin embargo, al llegar a las cercanías de Til-Til, fue asesinado y su cuerpo enterrado en la capilla de esa localidad. Los custodios alegaron que había tratado de escapar.