Relato de Fray Melchor Martínez

El día que apareció la Aurora

Horrorizado contempló la aparición del primer periódico el sacerdote a cargo de escribir para la Corona los sucesos en Chile. Fray Melchor no veía con buenos ojos la iniciativa, menos aún si ella era dirigida por un "secuaz de Voltaire, Rousseau, y otros herejes de esta clase...".

Los infinitos papeles sediciosos que se esparcían llenos de errores y principios falsos; las Gacetas de Buenos Aires, las de Filadelfia y Baltimore; los escritos de Caracas, de Quito y de todos los lugares revolucionados se acumulaban, y se recibían con tal aplauso y entusiasmo, que ya todos eran sabios en los medios de sostener una revolución.

Sólo faltaba poner en ejercicio la nueva imprenta, para saciar de algún modo la extremada curiosidad, y esto se realizó el día 13 de febrero, saliendo al público la primera gaceta con el título de Aurora de Chile, periódico ministerial y político.

No se puede encarecer con palabras el gozo que causó este establecimiento: corrían los hombres por las calles con una Aurora en las manos, y deteniendo a cuantos encontraban leían, y volvían a leer su contenido, dándose los parabienes de tanta felicidad, y prometiéndose que por este medio pronto se desterrar¡a la ignorancia y ceguedad en que hasta ahora habían vivido, sucediendo a estas la ilustración y la cultura que transformaría a Chile en un reino de sabios.

Para editor y maestro que debía cimentar y formar la opinión del público fue elegido por el Gobierno un fraile de la Buena Muerte, natural de Valdivia, el cual por haber sido declaradamente secuaz de Voltaire, Rousseau, y otros herejes de esta clase, había sido castigado por la Inquisición de Lima, y después de haber tenido buena parte en la revolución de Quito, se hallaba fugitivo en este Reino, activando cuanto podía las llamas de esta insurrección.

Estas calidades y delincuente conducta que deb¡an hacerlo despreciable en cualquier país arreglado, eran precisamente sus recomendaciones principales, sin las que sería inútil para el destino.

Efectivamente, no padecieron enga¤o en la elección porque desde la primera página de sus periódicos, empezó a difundir muchos errores pol¡ticos y morales, de los que han dejado estampados los impíos filósofos Voltaire y Rousseau, aunque en la doctrina del segundo estaba m s iniciado, pues traslada por la común literalmente los fragmentos de sus tratados.

Todo el afán es probar que la soberanía reside en los pueblos, que los Reyes reciben su autoridad de estos mediante el contrato social, y que son amovibles por la voluntad del pueblo; que la filosofía ha sido desatendida por espacio de dieciocho siglos, pero que ya amanece la Aurora de sus triunfos, y empieza a levantar su frente luminosa y triunfante: que es decir que la impiedad y el error prevalecen sobre la religión de Jesucristo.