1811

Motín de Figueroa

El "Motín de Figueroa" se produjo el 1º de abril de 1811. Ese día, las tropas del cuartel de San Pablo se insubordinaron y desconocieron el mando de Juan de Dios Vial y Juan Miguel Benavente. A los gritos de ¡Viva el Rey!, ¡Muera la Junta!, los soldados declararon que solamente obedecerían las órdenes de Figueroa.

Versión de Frías Valenzuela

Sobre el "Motín de Figueroa" Francisco Frías Valenzuela dice:

Entretanto, el bando realista, excluido de la junta, no dormía. El 1º de abril, día en que debían efectuarse las elecciones en Santiago, el teniente coronel español don Tomás de Figueroa su blevó un cuerpo de ejército, exigiendo la disolución de la junta.

El descabellado motín fue el más completo fracaso. Después de un corto encuentro en la plaza de armas, los sublevados se desbandaron, mientras el cabecilla se refugiaba en el convento de Santo Domingo. Sacado de allí, fue sometido a juicio y condenado a muerte horas después. Para no dar lugar a la clemencia de la aristocracia, Rozas hizo aplicar la sentencia en la misma noche.

Aunque Figueroa murió sin delatar a nadie, se culpó a la Real Audiencia, que fue suprimida (junio de 181 l).

 

Tomás de Figueroa

 

Versión Encina-Castedo

Frente al mismo hecho histórico Encina-Castedo señala:

El decreto que fijaba la convocatoria a elecciones dejaba al arbitrio de los Cabildos la fecha de las mismas. En marzo de 1811 ya se habían practicado en todo el país, con excepción de Santiago y Valparaíso. En Concepción los resultados constituyeron una inexplicable sorpresa para todos. Martínez de Rozas había sido derrotado por los realistas. En el resto de Chile las fuerzas se distribuían en doce rocistas, tres realistas y catorce antirrocistas. Las elecciones en Santiago, por tanto, iban a definir la contienda. Pero no pudieron éstas celebrarse en la fecha acordada, el 10 de abril, a causa de un motín descabellado que encabezaba el hombre de confianza traído por Martínez de Rozas desde Concepción, el teniente coronel don Tomás de Figueroa.

Era este militar una estampa perfecta del audaz profesional, con un pasado de novelescas aventuras, en que el presidio fue la etapa decisiva, no por delictuosos atentados contra la sociedad, sino por voluntaria renunciación al ser sorprendido con una dama de copete y hacerse pasar por ladrón para salvarla.

Los orígenes del motín han permanecido en la penumbra en cuanto a sus detalles. Parece ser que, por un error, los amotinados aclamaron por jefe a Figueroa, que se dirigió al cuartel de San Pablo, sublevando a la tropa, seguro de contar con la guarnición de la plaza. Avanzó por la calle Teatinos hasta Compañía a tambor batiente. Al pasar frente a la casa de doña Mariana Aguirre de Vicuña, que estaba asomada al balcón, la saludó con un airoso molinete de su espada. No encontró reunidos a la junta ni al Cabildo, pues se habían dispersado al tener noticia del motín. En vista de ello se dirigió a la Audiencia, que sesionaba tranquilamente. Los oidores escucharon con calma la exigencia de restaurar el antiguo régimen, y se limitaron a enviar un oficio a la junta, transcribiendo las peticiones de los amotinados.

Mientras tanto, los miembros de la junta, presididos por Márquez de la Plata, enviaron a Vial a la plaza con un batallón de 500 hombres, que redujo en breve combate a las fuerzas de Figueroa. Viéndose abandonado de los suyos, éste se asiló en el convento de Santo Domingo, al tiempo que el fervor popular se exaltaba. Pasados los momentos de peligro, Camilo Henríquez, armado de un gran palo, "sin capa ni más que un gabán y sombrero y dando varias voces enfrente de palacio a los patriotas, reunió mucha mocería".

En una de sus clásicas reacciones de neurótico, Martínez de Rozas ordenó violar el convento, del que se extrajo a viva fuerza a Figueroa. Sabía aquél que si no lo fusilaba antes de las 24 horas, la aristocracia se lo impediría, e instruyó un proceso sumarísimo, que lo condenaba, como era de esperar, a muerte. Enterado de su destino, Figueroa supo comportarse como un valiente. No delató a nadie. Leyó con admirable sangre fría la sentencia en voz alta y dijo con voz tranquila: "Rindo mi vida a la fuerza, no a la sentencia emanada de una autoridad legítima".* Camilo Henríquez tuvo la debilidad de aceptar una comisión que desdecía de su tradicional actitud recta y noble. Pretendió arrancar en la confesión las delaciones que Figueroa no hizo en el proceso. Por supuesto, tampoco en este ocasión el reo de muerte cometió infidencia. A las tres y media de la madrugada se tocó a armas. Mandaba la tropa don José D. Portales, hermano del célebre ministro. Cuando lo ataban a la silla, Figueroa le dijo: "¡Amarra fuerte, capitancito!" El cadáver, con la cara destrozada, fue escarnecido en exhibición pública a la puerta de la cárcel que daba a la plaza de Armas.

La indignación del sentimiento castellano-vasco, al que repugnaba el patíbulo político, se sumó al temor de represalias en el caso de la vuelta al poder de los realistas. Ambas reacciones se canalizaron en la necesidad de eliminar cuanto antes a Martínez de Rozas, que añadía con éste un nuevo hecho de sangre en su agitada carrera política.

* Relato de Talavera, presente en el calabozo en el momento de ser leída la sentencia.

Versión Instituto de Historia de la Pontificia Universidad Católica de Chile

Este nuevo paso, que marcaba un quiebre político con la tradición colonial, provocó una violenta reacción de los grupos realistas. Tan así fue que el 1 de abril, fecha en que debía realizarse la elección para el Congreso, se sublevó el militar español Tomás de Figueroa junto con las tropas a su mando. Aun cuando este motín fue rápidamente sofocado y su cabecilla fusilado al día siguiente, el hecho llenó de temor a la capital, pues señalaba que la posibilidad de una contrarrevolución aún estaba vigente.

Las autoridades criollas decidieron adoptar una actitud más enérgica, luego que se difundiera la idea de que la Real Audiencia había estado detrás del motín de Figueroa. Junto con disolver a la Audiencia, se relegó a lugares apartados a los oidores que no hubiesen abandonado el país voluntariamente. De esta manera se esperaba sofocar cualquier nuevo intento restaurador por parte de la oposición realista.

El resultado de las elecciones mostró que las posiciones políticas moderadas aún mantenían una gran presencia, ya que las fuerzas que se oponían a cambios muy radicales triunfaron ampliamente. El Congreso Nacional abrió su primera sesión en el edifico de la Audiencia el 4 de julio de 1811.

El que sectores más exaltados quedaran en franca minoría provocó una nueva ola de agitación. Instigados principalmente por Martínez de Rozas, los miembros de este sector comenzaron a conspirar abiertamente en contra de la mayoría moderada, puesto que se sentían excluidos de la Junta Ejecutiva, cuya función central era hacerse cargo de los asuntos públicos mientras se dictaba una Constitución Nacional.


Bibliografía