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OPINIÓN
Jueves 20 de febrero de 1812, página 2 y 3
Propugnando los deberes de la sociedad y la administración

A través de este escrito, Camilo Henríquez quiere manifestar a sus lectores que tanto la administración como los ciudadanos tienen derechos y deberes que cumplir para el desarrollo de la sociedad.


Idea Del Gran Objeto De La Sociedad y La Administración

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DEMOSTRAMOS en el numero antecedentes que las naciones son cuerpos politicos, sociedades de hombres, congregados para procurar con fuerzas reunidas su salud, comodidades y ventajas. A la potestad egecutiva está confiada la funcion augusta de dirigir todos las cosas al gran fin de la asociacion, que es la prosperidad del cuerpo politico. En conseqüencia, la felicidad pública es el blanco de la administracion: y á un mismo tiempo es el principio fundamental de las obligaciones de los ciudadanos. Luego nada debe subsistir en el estado, nada debe conserbar el govierno, si de ello ó se originan males contra el bien público, ó atrasa y contraria sus miras beneficas. Es, pues, el interès general la unica regla de lo que ha de subsistir en el estado. Si nos elebamos al origen de las instituciones, hallarèmos que en su principio fueron admitidas en el estado por la libre voluntad del govierno. Luego en todos tiempos su permanencia depende de la voluntad del govierno. Pero lo que en un tiempo fuè util, suele hacerse dañòso despues, ó la experiencia descubre inconvenientes y conseqüencias funestas, que se ocultaron al principio.

La nocion del objeto de la sociedad incluye la de los deberes del ciudadano. Estos estan comprehendidos en la obligacion rigorosa de procurar el bien de la sosiedad. Esta obligacion excluye al barbaro egoismo, peste funesta de la especie humana: ella contiene la práctica de las virtudes sociales, la justicia, la beneficencia, la conmiseracion, la amistad, la fidelidad, la sinceridad el agradecimiento, el respeto filial, la ternura paternàl, todos los sentimientos en fin, que son como lazos que unen entre si á los hombres, y forman el encanto de nuestra triste vida.

El amor del bien público debe ser el idolo de todo hombre inteligente, porque su felicidad personàl depende de la felicidad pública. La felicidad se fijàra en la tierra, si morase en nuestros pechos el espiritu público y filantropico. Por el contrario, ¡quán triste y horroroso fuera el aspecto del mundo, si el duro egoismo llegase á ocupar todos los corazones! La sociedad seria un agregado de verdugos y de victimas; el estado se perdiera, y todos se perdieran con él.

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